Reconquista de Chile: La guerra de Zapa. Los movimientos de Manuel Rodríguez. Parte I




Octubre 1814

El sueño de Carrera se acaba en el Desastre de Rancagua. Es un encontrón abrupto con la realidad del país que quiere gobernar; sus defectos, debilidades y confrontaciones se han acumulado durante todo el tiempo de su mandato para estallar en esta ciudad.

Esta batalla marca un antes y un después en el proceso de Independencia de nuestro país. Es el punto de inflexión, no tan sólo en el espíritu de los chilenos, sino que es mencionado y reconocido por distintos próceres de su época como la gran gesta de un pueblo en pos de la libertad. Es un ejemplo de valor y coraje en el que cerca de 4.000 hombres, sin mayor preparación militar, apenas vestidos y con pobres equipamientos fueran capaces de mantener la lucha durante 36 horas continuas en situación extrema frente a un poder militar consagrado como fueron las fuerzas de Mariano Osorio. Es en esta batalla en que el pueblo se da cuenta que, si mejora sus condiciones, si se prepara adecuadamente, luchará de igual a igual pero vencerá y lo logrará en honor a sus caídos.

Por otro lado, también es necesario salvar lo que se pueda para emigrar a Mendoza, patria independiente donde pueden obtener refugio aquellos que serán perseguidos. La capital, Santiago, queda casi deshabitada y a merced de los realistas que hacen su entrada triunfal el día 5 de Octubre de 1814. Son recibidos entre vítores e iluminaciones.


Batalla de Rancagua


En los emigrados de la batalla va Manuel Rodriguez, amigo y secretario personal de José Miguel Carrera  y, pese a haber tenidos desavenencias con él, ha permanecido a su lado y lo ha ayudado en algunas circunstancias difíciles.

Es él quien lo esconde en su casa luego que los Carrera huyeran de la prisión realista en Talca y el gobierno de la Lastra lo buscara. Son los hermanos, Carlos y Manuel quienes acuden a su llamado y convocan a la gente de Santiago que apoye el último golpe de estado de José Miguel. Es Manuel Rodríguez, en su papel de secretario, quien firma sentencias y decretos junto a José Miguel Carrera y acompaña a la familia durante el penoso viaje desde Santiago a Mendoza.

El ejército de Chile, dividido fuertemente, cruza a Mendoza en dos bandos irreconciliables. San Martín toma partido por O’Higgins y desprecia a Carrera que quería ser reconocido como Jefe de Chile. Estas desavenencias produjeron desórdenes en la ciudad que San Martín no estaba dispuesto a tolerar, así que decretó el acuartelamiento de las tropas de Carrera y continuó con los preparativos del ataque a través de la cordillera.

La ciudad de Mendoza estaba convertida en una fábrica de guerra. Se disciplinaba a la tropa, se confeccionaban armas y vestimentas para el ejército más grande conocido hasta entonces en estas latitudes. Era un plan ambicioso y, según muchos contemporáneos, imposible de realizar, pero el tesón y conocimiento desplegado, más el convencimiento de cada uno de los participantes logró que se alcanzaran los objetivos con éxito.

El plan de operaciones establecido por San Martín, consideraba dos aristas: mantener ocupadas las fuerzas de Perú, conteniendo su avance y descentralizando sus fuerzas por el Norte, específicamente en las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy. A cargo de estas tropas estaba Miguel Martín de Güemes con su guerrilla gaucha.

El segundo campo de operaciones era por el Oeste, el territorio de Cuyo y Chile. En Cuyo, provincia de cual era gobernador, con su capital Mendoza, se establecieron los cuarteles generales, maestranzas, abastecimientos, etc. Tal como se mencionaba antes, estaba transformado en una ciudad militar. 


Ejército de los Andes


El territorio chileno era vital para el éxito del plan de San Martín. Originalmente pensado en llegar a un territorio libre y amigo desde donde asentarse y partir por mar para atacar Lima (que quedaría bajo dos frentes), desde la caída del gobierno de Carrera, volvía a ser parte del imperio español, por tanto era necesario ir hasta allá, liberar al país y luego continuar con el plan.

Esta cooperación internacional no eran tan impensada como puede creerse. Chile y las Provincias del Río de la Plata se habían apoyado mutuamente en sus procesos independentistas. Es así como en 1811 se envió desde Chile la Expedición Auxiliadora de Buenos Aires para apoyar a esa ciudad en su afianzamiento contra las autoridades españolas. Participó durante el Bombardeo de Buenos Aires en julio de 1811. También estuvieron presentes en durante la revolución de octubre comandada por San Martín y Alvear quienes, llevando a sus tropas a la Plaza Mayor exigieron que el cabildo reasumiera la autoridad que el pueblo le había conferido el día 22 de mayo de 1811. Las tropas chilenas no se presentaron en la Plaza Mayor, pero sí estaban confabulados con los revolucionarios por ser ellos quienes custiodiaban los depósitos de pólvora y además, el número de sus tropas eran la mitad de las que se encontraban frente al Cabildo. Finalmente, y en vista de las acciones bélicas emprendidas por Carrera en Chile, la Expedición vuelve al territorio nacional en Junio de 1813.

Por su parte, el gobierno de Buenos Aires, envío a Chile al Batallón de Auxiliares Argentinos, cuerpo formado por cerca de 300 plazas al mando del teniente coronel don Santiago de la Carrera. Al llegar Santiago y, en vista del recelo que despertaba el alcance de nombre entre el teniente coronel y el general Carrera de Chile, la Junta de Argentina ordenó al teniente coronel Marcos Balcarce que tomara el mando. El segundo jefe era el sargento mayor Juan Gregorio de Las Heras.

Firmado el Tratado de Lircay, los auxiliares sienten que no son necesarios en el país producto de las condiciones de dicho tratado que interrupiría la alianza con las Pronvicias del Río de la Plata por lo que deciden volver a su patria. Ocurre un nuevo golpe de estado de José Miguel Carrera quien les exige su ayuda en la lucha contra O'Higgins. Ellos se mantuvieron al margen. Por una tormenta en el paso cordillerano debieron detener su marcha y se encontraban en Santa Rosa de los Andes durante la emigración chilena post Batalla de Rancagua.


Viajando a Mendoza


Fue este batallón quien auxilió a las tropas escoltando a cerca de 2000 emigrados desde Chile. Pero como traían consigo la división entre carreristas y o'higinistas, sus destinos fueron también distintos.

Quienes estuvieron dispuestos a incorporarse al Ejército de los Andes fueron absorvidos en Mendoza y los carreristas que no quisieron seguir a San Martín por su relación con José Miguel Carrera, fueron enviados a Buenos Aires para ser incorporados en el Ejército del Norte.



Marzo 1815

Manuel Rodríguez, amigo personal de los Carrera tuvo que convencer de su patriotismo a San Martín y desligarse de sus amistades para que éste le concediera alguna misión durante este período.

San Martín ya había comenzado a enviar a distintos emisarios hacia Chile con el fin de conocer a situación de nuestro país. En un principio enviaba gente común, arrieros, mulatos e incluso negros. Pero necesitaba conocer a situación del ejército en detalle. También influyó que muchos de sus primeros espías no sabían escribir, por lo que la información no era siempre fidedigna. Comenzó a reclutar a soldados chilenos, ya fueran o’higginistas o carreristas, entre ellos destacan: Pedro Aldunate Toro, nieto del Conde de la Conquista,  Pedro Antonio de la Fuente, Diego Guzmán Ibáñez.  Ramón Picarte, Miguel Ureta, Patricio Alcántara, Juan Pablo Ramírez, Antonio Merino, Santiago Bueras. Para salir de Mendoza sin levantar sospechas, San Martín les extiende una orden de destierro y eran enviados a San Luis, de esta forma, podían entrar a Chile haciéndose pasar por realistas o por soldados arrepentidos.

La orden de destierro era la siguiente:

“Siendo perjudicial la presencia de V. en esta ciudad por razones que este gobierno manifiesta a la superioridad con esta fecha, se pondré V. en marcha en el preciso término de veinticuatro horas para la ciudad de San Luis, a cuyo gobernador se le avisa lo conveniente, y sirviéndole esta de suficiente pasaporte”.

Octubre 1815

El día 15 de octubre parte Manuel Rodriguez desde Mendoza en compañía de Juan Pablo Ramírez, quien iba designado a la zona de Colchagua y de Domingo Pérez, asignado a Aconcagua y él que debía instalarse en Santiago. Cada uno viaja con sus respectivos asistentes, entre ellos, Basilio Venegas, más conocido como Fray Venegas, quien detalla sobre la entrevista que tuvo con San Martín:

“Llegué a Mendoza sin auxilios, me presenté al señor don Miguel Zañartu y a don Pedro Truxillo para que me presentasen ante el general San Martín, para ver si podía conseguir colocación en algún destino. San Martín preparaba entonces el envío de emisarios a Chile” … “Me preguntó si conocía a José Miguel Neira, le dije que sí, pero que había oído decir que se había dado de salteador. Me ordenó que debía marchar para Chile, al día siguiente, 16 de octubre de 1815, acompañando a don Juan Pablo Ramírez, a don Domingo Pérez y a don Manuel Rodríguez”… “En la misma noche del día 15 de octubre de 1815, marcharon don Juan Pablo Ramírez y don Domingo Pérez, para pasar la cordillera por el sur del Maule y don Manuel Rodríguez por el camino del Maipo, por el Portillo, dirigiéndose a la Hacienda de la Arboleda, donde se encontraba su amigo, don Jorge Ureta.”

Tal como decía, Juan Pablo Ramírez estableció su zona de acción desde Colchagua hasta Talca e incluso Concepción. Manuel Rodríguez se dirigió a Santiago, su primera zona de movimiento y también se desplazó por sectores de Colchagua en conjunto con Ramírez.


Iglesia Santo Domingo


Ya en la capital, eligió como punto de reunión con sus partidarios las iglesias de Santiago:

“El sujeto que me haya de buscar y ver, se presentará cuando llegue al destino de su misión, en la Iglesia de Santo Domingo, en el primer altar que hay al lado izquierdo de la entrada principal. Allí se presentará a las seis de la mañana y de noche a la hora de rezar el rosario. Las señas de que sea el sujeto que yo busco y necesito, serán las siguientes: La cara amarrada con un pañuelo colorado como que está con dolor de muelas, un parche negro en el carrillo derecho, hincado de rodillas cerca de la tarima del altar, y las dos manos puestas en forma de rezar. La contestación mía, para que el sujeto se me descubra y yo lo pueda hablar, será el hincarme junto a él, besar el suelo y poner las manos del propio modo que el enviado las tiene. Dando al último un suspiro.”

Instrucciones de San Martín

  • -      Cada uno de los enviados a Chile debía recabar la siguiente información:
  • -          Opinión patriótica de cada provincia
  • -          Estado de la disciplina
  • -          Fuerza efectiva del enemigo
  • -          Estado de su táctica e instrucción
  • -          División de sus armas, infantería, caballería, artillería, etc
  • -          Cómo se hallan pagas y vestidas esas tropas; y qué opinión tienen a favor de la causa de América; y puntos ocupados por distintos cuerpos.
  • -          Averiguar, si es posible, el plan de defensa y ataque del enemigo
  • -          Puntos que cubren con sus avanzadas y número de que se componen
  • -          Noticias de Lima y Perú
  • -          Qué número de caballos y mulas y puntos que ocupan
  • -          Qué clase de trabajos militares ha hecho el enemigo
  • -          Qué buque de guerra o armados tiene disponibles y puertos en que se hallan
  • -          Qué progreso han hecho nuestras fuerzas navales
  • -          Nombre de sus regimientos y jefes, y opinión que cada uno merece
  • -          Si ha inconvenientes entre los cuerpos, y estos con el pueblo
  • -          Si son perseguidos con violencia los patriotas

Noviembre 1815

En Noviembre de ese mismo año, parte José Miguel Carrera a EE.UU con el objetivo de conseguir apoyo para su proyecto independentista.

Mientras tanto en Chile, dos de los espías enviados por San Martín, Diego Guzmán y Ramón Picarte, se hacen apresar para, de esta forma, conseguir parte de las informaciones solicitadas por San Martín. Estuvieron en un largo juicio y, finalmente, fueron puestos en libertad. Durante su cautiverio, Manuel Rodríguez se disfrazó de pordiosero y los visitó en la cárcel. Así pudo enviar los datos a San Martín.

Diciembre 1815

En el mes de Diciembre, ocurre la llegada del nuevo gobernador de Chile, don Francisco Casimiro Marcó del Pont, quien desembarca en Valparaíso y llegó con toda la pompa y lujo que su vida en la corte de España le pudiera permitir. Además, para demostrarle a todos su categoría, cada uno de sus bandos iba precedido de todos sus títulos, es decir, de casi diez líneas de asignaciones.


Francisco Casimiro Marcó del Pont


“Don Francisco Casimiro Marcó del Pont, Anjel, Díaz y Mendez, caballero de la órden de Santiago, de la real y militar de San Hermenejildo, de la Flor de Lis, mestrestante de la real de Ronda, benemérito de la patria en grado heróico y eminente, mariscal de campo de los reales ejércitos, superior gobernador, capitán jeneral, presidente de la real audiencia, superintendente, subdelegado del jeneral de real hacienda y del de correos, postas y estafetas, y vice patrono real de este reino de Chile.”

Medidas dictadas por Marcó del Pont en enero de 1816:
-      
    Prohibición de solicitar la rebaja del pago de impuestos dictados por Mariano Osorio, menos aun no pagar la contribución mensual bajo penas severas

-          “Ningun transeúnte, estante o habitante de la jurisdicción bajo mi mando, de cualquier clase, estado o condición que fuese, puede salir del recinto de la ciudad, por urgencia, pretesto o motivo alguno, sea el que fuera, sin espresa licencia del presidente, bajo la pena de pérdida y confiscación de todos sus bienes y encierro en un castillo si fuesen nobles y cincuenta azotes y diez años de presidio si fueran plebeyos.

-          Todos los vecinos que se hallasen en sus haciendas de campo se presentarían en la capital dentro del tercero día, si distaren veinte leguas, i si mas, dentro de ocho, bajo la misma pena.

-          Los que fuesen sorprendidos o descubiertos, aun por un testigo ménos idóneo, manteniendo correspondencia con los enemigos para darles noticias de lo que pasaba en Chile, o fomentando la deserción, o dando acojida a los desertores, sufrirán sin juicio ni sumario la pena de la horca o de fusilamiento i de confiscación de bienes.

-          Por último, todo transeúnte, pasante o habitante que tuviese en el campo o en la ciudad fusiles, escopetas, carabinas, trabucos, pistolas, sables, espadas, dagas o bastones de estoque, deberán presentarlos dentro del tercero día en el parque de artillería, donde serán convenientemente marcados para devolverlos a sus dueños a su debido tiempo; bajo apercibimiento de que, si rejistrada esa casa pasado ese término se hallare en ella arma alguna, su dueño sería, sin mas juicio ni sustanciación ahorcado o pasado por las armas y embargados todos sus bienes para la real hacienda y denunciante en parte que le toque, sin exceptuarse de esta pena los cómplices de esta ocultación, ni aún las mujeres mismas, las que no serán oídas por acciones ni excepciones, como cómplices del delito”

Enero 1816

El 17 de enero de 1816, se estableció por decreto, el Tribunal de Vijilancia y Seguridad Pública presidido por Vicente San Bruno. Tenían por misión mantener el orden dentro del reino, por lo tanto, sus atribuciones iban desde desarmar las maquinaciones contra el estado hasta velar por el cumplimiento de las ordenanzas de policía. 

Según las crónicas, se reunían en una sala del consulado (Bandera con Compañía, donde actualmente están los Tribunales de Justicia. En ese mismo lugar se constituyó la Primera Junta Nacional de Gobierno en 1810). Bastaba que algún vecino denunciara la sospecha de patriotismo en otro para que actuara el Tribunal. En todas las reuniones, fiestas o desórdenes, se hacía presente la autoridad ejecutando arrestos y procesos. Una de las formas en que realizaban éstos era obligar a los detenidos a  bajarse los pantalones hasta los tobillos y amarrados de manos, les ponían una vela en ellas y de esta forma, eran llevados a pie hasta las instalaciones del Tribunal. Así evitaban que escaparan exponiendo a los facinerosos a la humillación y el escarnio. Las penas por estas situaciones iban desde el arresto por una noche y pago de una multa si era noble, hasta los trabajos obligatorios en el Fuerte del Cerro Santa Lucía en el caso de plebeyos. 

Según José Zapiola, también cumplían con el mantenimiento de la higiene cuando la inmundicia llenaba la ciudad de Santiago. Muchas personas orinaban y defecaban en cualquier rincón de la ciudad, pero cuando eran descubiertos por los vigilantes del Tribunal, eran obligados a punta de espada, a tomar su “gracia” con las manos y llevarlas hasta el río, a modo de escarmiento.

Otra de las situaciones que jugaron en contra de Marcó del Pont, fue no haber dado curso cuándo y cómo correspondía al perdón real emitido en España para todos los presos políticos que estaban en la Isla de Juan Fernández. Esto produjo mucho descontento entre los ciudadanos que esperaban a sus parientes de vuelta. Del indulto real, Marcó tuvo noticias oficiales en febrero de 1816 y el pueblo se enteró en mayo. La orden fue acatada en octubre pero solo en parte, ya que se dio el indulto a quienes estaban desterrados dentro del reino pero con prohibición de volver a la capital y a los que estaban en Juan Fernández, se les mantuvo allí.

Gracias a las noticias falsas que San Martín lograba infiltrar en Chile, Marcó vivía esperando el ataque de los patriotas sin saber a ciencia cierta por dónde sería ni cuándo. Al tener novedades de barcos corsarios argentinos en el sur de Chile, pide ayuda a Perú, a unos barcos ingleses o a quien fuera pues estaba seguro que atacarían Valparaíso. En ese tiempo fue cuando llegó Brown a Chiloé.

Designó en los puestos de mando a españoles peninsulares a pesar de tener menos preparación o rango que los criollos realistas a quienes, con el tiempo, ya ni siquiera recibía en audiencia. Con el tiempo este tipo de conducta le fue haciendo ganar más enemigos todavía y produjo la desconfianza de la gente, aun entre los propios realistas criollos. Un ejemplo de esto fue la fracasada venta de los bienes que fueron embargados a los patriotas emigrados o detenidos en Juan Fernández. Estos fueron subastados a favor del gobierno, pero no hubo vecinos que presentaran ofertas por ellos.

También mandó a cerrar o entorpecer los pasos cordilleranos y dispuso patrullas en determinados puntos. Nadie podía enviar correos particulares a través de peones o emisarios privados y toda la correspondencia era revisada. También mandó construir un fuerte sobre el Cerro Santa Lucía para defender la ciudad si fuera necesario. Para evitar el gasto público, se empleaba en su construcción a los presos y detenidos por el Tribunal de Vijilancia como mano de obra.


Febrero 1816

Ya para el mes de Febrero de 1816, había aumentado los impuestos a la yerba mate y el azúcar (insumos imprescindibles en el país) y pedido erogaciones públicas para la construcción del Fuerte del Cerro. Además, en bando del 13 de febrero, prohibió “todos los juegos populares de carnaval (Carnestolendas, días previos al Miércoles Santo) y no solo en las calles públicas sino también dentro de las casas particulares. Por lo tanto no se podía utilizar máscaras ni disfraces, corredurías a caballo, juntas o bailes que provoquen a concurso i reunión de jentes que indiquen inquietud o causen bullicio, infieran agravio o provoquen a injurias no sólo en las calles públicas sino también en lo interior de las casas, bajo las penas de que al plebeyo se le darán cien azotes y será destinado por cuatro meses a la obra pública del cerro, i al noble de doscientos pesos por via de multa, sin perjuicio de la indemnización de daños i perjuicios que causaren. 


Chingana


En esa prohibición son comprendidos los paseos, juntas y paseos en el bajo que llaman de Renca,  sea por via de paso o por cualquier otro motivo, bien sea a caballo, en carretas, calesa o coche, cuyo uso queda enteramente prohibido para estos días”. También fueron prohibidas las casas de juego, de chingana y otros “focos de inmoralidad”

Manuel Rodríguez, escondido en Santiago, ve toda esta situación y busca la información solicitada por San Martín. El gobierno de Marcó sabe exactamente dónde está y lo que hace, lo mantiene vigilado, pero en ese tiempo se esperaba el ataque por mar, así que nada se hizo para lograr su detención. El mismo Rodríguez le escribe a San Martín para contarle que saben de su estadía en la capital:

“Se dice quitar el empleo a don Carlos Rodríguez. Él hizo amarrar a su subalterno Lefebre, porque le gritó: “eres un pícaro insurgente, queréis seguir el ejemplo de sus pésimos hijos, y te habéis alentado desde que sabes que está en el reino”.

Marcó intenta dar la  impresión de ser un buen gobernante pese a las disposiciones con que aprieta el puño. De esta forma, para dar un relajo al pueblo, celebra con una gran fiesta pública el primer aniversario del fin del cautiverio de Fernando VII.  Se decretó el día feriado, repique de campanas e iluminación general de la ciudad. Las tropas y funcionarios renovaron su juramento de lealtad y se realizó un banquete con los ciudadanos más importantes.

Rodríguez, testigo de esta situación, le escribe a San Martín el 25 de marzo de 1816:

“Si V. no quiere que use aquél documento, esté seguro de mi exacta deferencia. Pero no permita estar más tiempo sujeto a la opinión de emulos, y enemigos que no faltan a un hombre en revolución, por más que no haya cometido un crimen político que seguramente no tengo por intención. Estos señores patriotas solo se ocupan de criticar apocando. Yo no he tenido hasta ahora una carta capaz de manifestárseles. Ellos solo apetecen, y reciben bien las noticias de marchar ud al frente de 100 mil hombres.

En muy despreciable el primer rango de Chile. Yo solo lo trato, por oír novedades, y para calificar al individuo sus cualidades exclusivas para el gobierno. Cada caballero se considera único capaz de mandar. No quieren junta, por no dividir el trono. Pero lo célebre es, que en medio de esta ansia tarascal, se lleven con la boca abierta, esperando del cielo al ángel de la unión.

Muy melancólicamente informará de Chile cualquiera que lo observe por sus condes y marqueses. Mas la plebe es de obra, y está por la libertad con muchos empleados y militares. Vamos a otra cosa. Antes de tratarla, ha de estar ud en que la nobleza de Chile no es necesaria por el gran crédito que arrastran en este reino infeliz las canas y las barridas. Así es casi indispensable jugar con ellas, o a lo menos no declararles guerra hasta cierto tiempo”.

La gente media es el peor de los cuatro enemigos que necesitamos combatir. Ella es torpe, vil, sin valor, sin educación, capciosima, y llena de la pillería más negra. De todo quieren hacer comercio: en todo han de encontrar un logro inmediato; y si no a Dios promesas, a Dios fe, nada hay seguro en su poder, nada secreto.

La borrachera, y facilidad de lengua, que tachan generalmente a la plebe, y a las castas, nos impiden formar planes con ellas y aprovechar sus excelentes cualidades en lo demás. Pero son de obra, están bastante resueltas; y las castas principalmente tienen sistema por razón y echan de menos la libertad. Todos los artesanos desesperan faltos absolutamente de qué hacer en sus oficios.

La nobleza es tan inútil y  mala, como el estado medio. Pero llena de buena fe, y de reserva hacia el enemigo común: más tímida y falta de aquella indecente pillería; no le encuentro otro resorte que presentarle diez mil hombres a su favor cuando solo tengan tres en su contra.

El Español es nuestro menor y más débil enemigo. Está generalmente aborrecido en los pueblos. Su oficialidad y tropa, sin honor, ni sistema. Solos se envidian. Solo falta, quien los compre. Los Talaveras y Chilotes son los únicos que consideran su Rey. Aquellos no pasan de ciento, y estos que por falta de ilustración adoran la fantasma más despreciable, son tan miserables, y tan sin genio, que por dos reales atienden la lección más libre y la buscan al día siguiente, porque se repita la limosna. Son esclavos que harán lo que mande el amo, que mande

A Chile no le encuentro otro remedio que el palo. Preséntese invasión: las tropas desamparan sus jefes, como crean venir fuerza considerable: que los oficiales hay partido: los pueblos interiores, los virtuosos campos nos ayudan, y están libres de vicios, y sacrificados con impuestos. Pero es preciso inocular materialmente el sistema de la libertad. Es la chilena, gente que se catequiza.

El enemigo tiene tanta tropa enferma, que Grajales ha pedido, se boten las putas, para evitar una epidemia general en los soldados. Se las ha asustado con despacharlas a Osorno. En el hospicio, donde se decía recogerlas, es depósito de los miserables embargados para trabajar en Santa Lucía. Pasan de doscientas estas víctimas de la arbitrariedad.

Si V. no manda otra cosa, me marcho con la contestación  de esta carta, que espero muy pronto. Envíeme treinta o cuarenta onzas para cubrir mi crédito y costearme. Por falta de plata no continúan mis correos, ni puedo enriquecer de noticias los que envío. Los apuntes se pierden de guardarlos muchos tiempos y las mudanzas de alojamiento a carrera muchas veces, ya deshora, nada permiten acomodado, ni seguro. Ud. Estudie para entender esta ensalada, me cuesta trasnochar para escribir. Yo aprovecho la ocasión ya que no puedo comprarlas a tiempo.”

Esta era la situación de Chile, hecho el diagnóstico, comenzaba la etapa de ejecución y Rodríguez ya había decidido cómo y por dónde debía comenzar a trabajar.




Fuentes:
- Historia Jeneral de Chile, Tomo X. Diego Barros Arana
- Historia Jeneral de Chile, Tomo XI. Diego Barros Arana
- El ostracismo de los Carrera. Benjamín Vicuña Mackenna
- Manuel Rodríguez. Historia y Leyenda. Ernesto Guajardo
- La Dictadura de O'Higgins. Miguel Luis Amunátegui
- El paso de los Andes, crónica histórica... Gerónimo Espejo
- Historia de San Martín y la emancipación sud americana. Bartolomé Mitre

Imágenes obtenidas de internet.
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