Cuando me reencontré con la literatura, después de 20 años, me dije que esta vez lo haría en serio... y eso hice. Hace un año exacto, escribí un cuento para un concurso en mi ciudad, y no obtuve nada. Hace unos meses atrás, trabajando seriamente y gracias a la excelente profesora de literatura del taller que asisto, he corregido vicios y errores y siento que he mejorado. Participé nuevamente en el mismo concurso este año; envié dos textos y ambos quedaron seleccionados para la publicación antológica, con uno de ellos gané el 2° lugar. Ahora les quiero compartir esa historia y espero que la disfruten. Agradezco a la familia que me apoya y a todos aquellos a quienes he encontrado en este camino que recién empieza. Cariños!
La venus de Cáceres
El cuerpo delgado apenas se vislumbra aunque el escote es
una constante invitación; lleva siempre pulseras que suenan cuando avanza
haciendo girar las ruedas de su silla con manos descarnadas. Tiene el pelo
negro, o eso parece; como siempre la veo de noche bajo un farol que mal
alumbra la esquina, no lo alcanzo a distinguir bien. La he visto reír como una
loca en medio de nubes de dudoso humo y también la he visto romperse la
garganta gritando chuchadas(1) a algún cliente que no quiso pagarle. Todas las
noches, está parada o debiera decir, sentada, en la esquina de Cáceres con
Rubio(2), esperando algún parroquiano para hacer el día.
Se me encoge el corazón cuando la veo lluviosa y
tiritona, pero persistente en su empeño a pesar de las desfavorables
circunstancias de su discapacidad. Parece un pajarito mojado, con unos ojos
gigantes y el rostro marcado por chorreantes ríos negros, mas no aguanta una
palabra de consideración de sus colegas y las emprende como fiera cuando
intentan ganarle la esquina.
Dando vueltas en mi colectivo(3) de la línea Diego Portales,
auto y permiso pagado en cuotas, he podido hacerme una idea de su inestable
vida. En las mañanas ella no existe, pasado el mediodía, es una margarita
marchita tomando el sol; una vez oscurece, sale embellecida con capas de
maquillaje comprado en la feria artesanal, en un intento de ocultar el desgaste
del trasnoche continuo, envalentonada seguramente con ron dorado de la Tía
Julia(4) que le quita el hambre. A veces, la he visto con una niña sobre las
piernas, entonces se ilumina y ambas tienen los mismos ojos de mirada limpia.
Anoche la hablé. Detuve el auto para darle dinero, no
podía soportar verla con frío. Con sonrisa torcida me arrebató los billetes,
pero cuando ofreció hacerme un trabajo completo por esa suma y me negué, no lo
podía entender. Le dije que le comprara algo a su hija y su voz tembló. Yo solo
atinaba a mirar sus ojos y vi, detrás de las falsas pestañas y muros de dolor,
recelo y más dolor, a una niña triste que me hizo cosquillas en el alma. No
dormí.
Debiera vender el auto y cambiar de ciudad. Este tipo de
mujeres no son de los trigos limpios, pero quién lo es, mamá por Dios. Se me
caló en los huesos y quiero que deje de maquillarse y así se le limpie el
rosto, la ropa, el aura, el pelo y su alma para iniciar una vida con ella, en
mi departamentito con subsidio donde nadie la conoce y escucharla reír, esta
vez, sanamente, cuando entre el sol por la ventana y la saque a pasear en su
silla de ruedas.
(1) garabatos, improperios
(2) céntrica esquina de Rancagua, pleno barrio rojo
(3) vehículo de locomoción colectiva
(4) conocida botillería ubicada en el barrio rojo de la ciudad
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