Nuevos vientos políticos soplan sobre Europa al iniciarse el siglo XVIII. El sentido crítico y las tendencias reformistas caracterizan el llamado "Despotismo Ilustrado", y España no permance ajena a esta nueva realidad.
En 1700 fallece el Rey Carlos II, y con él se extingue el último representante de la Casa de Austria. La corona es de inmediato reclamada por Felipe de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV, quien toma el poder bajo el nombre de Felipe V. Así se inicia en España la dinastía francesa de los Borbones, quebrando de esta manera, el equilibrio mantenido en Europa por los austríacos.
La respuesta, en forma de guerra, no se hace esperar. La nueva posición hegemónica adquirida por Francia, y la consecuente resistencia de los otros estados europeos, desencadenan la Guerra de Sucesión de España (1702 - 1714), enfrentándose la coalición formada por Inglaterra, Austria y Holanda contra Francia, España, Baviera, Portugal y Saboya. El conflicto finaliza con las Paces de Utrecht y Rastatt (1713 - 1714), mediante las cuales se confirma la sucesión de los Borbones en España, pero con la pérdida de éstos de Flandes e Italia (cedidas a Austria) y de Gibraltar y Menorca, que quedaron en manos de Inglaterra.
Escudo de Armas de la Casa de Borbón 1700-1761 |
Con la instalación de la dinastía francesa en el trono de España, la influencia del estado vecino se deja sentir de inmediato, especialmente en los círculos más elevados de la sociedad. La tendencia absolutista y centralizadora se abre paso en un país acostumbrado a un régimen monárquico de corte autoritario. La unidad nacional y la búsqueda de un arquetipo tradicional, representado en el godo primitivo, estructura la nueva concepción de España.
Por otra parte, si la metrópolis se transforma, los vasos comunicantes que son sus colonias, muestran a su vez, los efectos del cambio. Entre terremotos (como el de 1730 que afectó a Chile desde La Serena hasta Valdivia) y los grandes alzamientos indígenas surge aquí también el espiritu de la Ilustración, específicamente a través de los gobernadores del siglo XVIII.
La fundación de la Universidad de San Felipe, bajo el mandato del gobernador Ortiz de Rozas; las reformas militares y descripciones geográficas de Amat y Juniet; la creación del Colegio Carolino y de la Academia de Leyes, por una parte, y la completa reorganización del ejército y milicias, por otra, obras ambas de Agustín de Jáuregui, son pequeñas pero claras muestras del incremento que, en todos los terrenos, perfilan el nuevo criterio que anima a la Corona en Chile.
El historiador Rosales calcula que los primeros 130 años de guerra con Arauco costaron a España 42.000 soldados y 40.000.000 de pesos. Sólo en el lapso comprendido entre 1601 y 1658 la guerra costó a España más de 9.000 soldados y 16.109.663 pesos y tres reales.
No hubo gobernador que no llegara a Chile con 300, 500 y hasta 1.000 hombres de refuerzo, y si éstos se suman a los muchos miles de hijos de españoles (todos los cuales pelearon) nacidos en CHile durante los casi tres siglos que duró la lucha, es fácil formarse una idea del toner de las Danides que resultó para España la guerra de los araucanos.
Con el advenimiento del nuevo siglo, la guerra de Arauco entra en una etapa más pacífica, reglamentada por los llamados "parlamentos" o conferencias de paz entre españoles y araucanos.
Esta aparente calma es, sin embargo, activamente aprovechada por los gobernadores para consolidar la defensa del territorio y las fronteras. Guill y Gonzaga ordena la restauración del fuerte fronterizo de Santa Juana, mientras Ambrosio O'Higgins, Maestre de Campo y futuro gobernador del Reino, funda, uno tras otro, una serie de nuevos fuertes en la belicosa región de la frontera.
En cuanto a la organización misma del ejército, el siglo XVIII es también generoso en reformas y reestructuraciones.
Por medio del Real Placarte de abril de 1703 Su Majestad el Rey había concedido nuevas dotaciones y sueldos al ejército del Reino. Sin embargo, la implantación de una guerra defensiva y las reducción impuestas al erario, determinaron la disminución del número de plazas en el ejército, a la vez que obligaron a un cambio en el sistema de sueldos. Estas medidas, propuestas al Rey por el Gobernador y Maestre de Campo Manso de Velasco, fueron aprobadas por Fernando VI, de acuerdo a su Reglamento del Ejército de 1753.
A pesar de los anterior, y dando un nuevo impulso a la actividad castrense, el nuevo Gobernador, Amat y Juniet, reorganiza el Ejército colonial, tarea que es complementada por el Reglamento General de Ejército, expedido por su Majestad Carlos III de España, y fechado en junio de 1768.
Estas realizaciones podrían ser consideradas como las etapas previas a la consolidación general del Ejército durante la Colonia, ya que este largo proceso que inicia Alonso de Ribera en 1603 culmina sólo 150 años más tarde, cuando el Gobernador del Reino, Agustín de Jáuregui y Aldacoa, abandona la inactividad a la que se encuentra sometido el Ejército, explota las rivalidades entre los principales caciques mapuches y ordena reforzar la línea fronteriza en el sur.
La completa reorganización que Jáuregui implanta en el Ejército, el aumento de plazas, su distribución en todo el país, el perfeccionamiento de los cuerpos de milicias y la intensa disciplina a que somete a las compañias veteranas, reciben la ratificación real el 4 de enero de 1778.
Sólo en la segunda mitad del siglo XVIII, y muy particularmente, bajo la administración de Jáuregui se dota a las fuerzas militares con un vestuario adecuado.
No sin cierta alarma, el gobernador comprueba el desastroso estado en que se hallan los regimientos, y desde el momento en que asume su alto cargo (1773), se aboca a la tarea de estructurar un ejército que respondiera eficientemente a las necesidades de la Colonia. Es así como, mediante la Ordenanza de 1777, aprobada por Carlos III al año siguiente, fija la distribución de las unidades y los uniformes, tanto para los cuerpos veteranos como para las milicias. Estos uniformes siguen el padrón común en boga en Europa y son reflejo de la moda francesa que en esos momnetos imperaba en España.
Entre las unidades prima el color azul y el rojo vivo, siendo esta la pauta feneral a seguir. Sin embargo, y al igual que en la metrópoli, algunas unidades conservan sus tonalidades propias, como es el caso de los dragones, que tradicionalmente habían vestido de amarillo. En Chile, los Dragones de la Sagunto, acantonados en la Villa de Santa Cruz de Triana (Rancagua), lucen un vistoso uniforme amarillo, con vueltas, pechera y botamangas color verde, fiel imitación del uniforme del regimiento Dragones de Sagunto de España.
Algo similar ocurre con otras unidades, en que la tendencia azul cede el paso al encarnado, como sucede con las milicias del Infante de Asturias, en Valparaíso; el Regimiento de Los Andes, que prestaba servicios en Chillán y varios más, repartidos desde Coquimbo a Chiloé.
En este último lugar, y debido a la gran distancia que las separaba de la capital, las milicias no participan de la moda general y realizan sus actividades envueltas en "un extraño traje llamado poncho", al decir de un gobernador de la época.
En la Ordenanza General de Jáuregui, queda entregado al celo de los oficiales velar por el cumplimiento del reglamento, señalando, además, que los soldados deben "observar el aseo correspondiente a su calidad". Aun cuando el uniforme es de propiedad del soldado, a su fallecimiento pasa a poder de un nuevo recluta. Sólo se hace la salvedad en caso de muerte por enfermedad contagiosa, lo que obliga a su inmediata incineración.
Estos uniformes sólo sufrirán leves modificaciones a través del tiempo, hasta que, por Real Orden del 20 de febrero de 1789, y bajo el gobierno de Ambrosio O'Higgins, se reglamenta sobre los uniformes para las milicias de América, las cuales quedan divididas en dos grupos: los cuerpos o compañías llamados "milicias regladas o provinciales" y las "milicias urbanas". A las primeras se les asigna un uniforme color corteza, con vivos encarnados, mientras que a las urbanas se les asigna el color pardo.
La moda borbónica, que es la fuente de inspiración de nuestros uniformes coloniales, cederá el paso a una nueva corriente producto de la Revolución Francesa y el Imperio de Napoleón Bonaparte.
Al proclamarse la Primera Junta Nacional de Gobierno en 1810, aún se mantenían los modelos señalados en la ordenanza de Jáuregui, si bien debemos tomar en cuenta la eterna pobreza del erario, que dificultaba el normal cumplimiento de ella.
Desde comienzos de la Colonia, los españoes se organizaron en cuerpos de milicias para defender el territorio conquistado y a la vez, dedicarse a sus labores agrícolas. De esta forma se evitaba el elevado costo de mantener un ejército regular en todos los puntos habitados, ya que estos cuerpos participaban junto al ejército sólo en las campañas de primavera y verano, para más tarde reintegrarse a sus faenas habituales.
El gobernador podía llamar a los milicianos a las armas únicamente bajo orden de apercibimiento, y esto generalmente, debido a algún alzamiento indígena. El mando de estas milicias coloniales recaía en miembros de batallones veteranos, quienes debían velar por la formación y disciplina de ellas.
Será bajo los gobiernos de Amat y Járegui, cuando las milicias alcancen su mejor grado de preparación. Mediante la reforma de 1778, don Agustín de Járegui y Aldacoa reorganizó el ejército colonial en batallones veteranos o de línea y milicias. A todos estos cuerpos se les asignó un determinado uniforme, dotación y ubicación geográfica; respondiendo a las necesidades de defensa y seguridad territorial. El mayor contingente se ubicó, lógicamente, en la región fronteriza y en la capital.
Los batallones de línea se distribuyeron principalmente en Santiago, Valparaíso, Juan Fernández y Valdivia, alcanzanso un total de 1.150 plazas, organizadas en 11 compañías de infantería, 10 de dragones y en 2 de artillería.
Estas unidades, más el total de los cuerpos de milicias, son ubicadas a lo largo del reino, desde Copiapó a Chiloé.
El estudio de los uniformes de los Ingenieros Reales y del personal de Cirujanos Militares, cierra el ciclo del Ejército Colonial.
Los Ingenieros Reales, que preponderante papel tuvieron en la construcción de las fortificaciones militares y en particular de los famosos Castillos de Valdivia, conocidos como el Gibraltar del Pacífico usaban un colorido uniforme. Vestían casaca azul, con vueltas, cuello y forro encarnado. La solapa de terciopelo negro con 7 ojales de plata. De plata también los castillos que se llevaban en el cuello y el galón del tricornio, que se adornaba con plumas rojas. El chaleco era encarnado y el pantalón azul que se llevaba con medias blancas o botas.
Por su parte, los Cirujanos Militares vestían casaca y pantalón de color canela. Las vueltas, cuello y botamangas eran de terciopelo negro con galones de plata y el uniforme se llevaba con medias blancas y zapatón hebillado.
Este colorido ejército colonial llevará aun sus tradicionales uniformes cuando sus integrantes, divididos entre realistas y patriotas, se batan en las campañas de la Patria Vieja.
Extracto libro 4 siglos de Uniformes en Chile. Alberto y Antonio Márquez. 1977
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