Primer Lugar Nacional Concurso "Historias de Nuestra Tierra": El pan nuestro de cada día.



La Rosa estaba amasando. El pan requería de toda su atención, pero ese día, mientras el gallo cantaba, sentía que su mente estaba en otra cosa. Comprobó la temperatura de la paila con manteca y la vertió en medio de la harina. Una pequeña nube de vapor se irguió sobre la blancura esparciendo el olor húmedo de la levadura germinando.

Afuera, la mañana clareaba en tonos azules, tristes como la sombra que la envolvía. Desde el cuarto de al lado se escuchaba la respiracion de su hijo y los ruidos que hacía el Lucho arreglando sus pilchas. Que se fuera luego para seguir con su vida mejor. Las manos llenas de harina le salpicaron el rostro cuanso se secó el sudor con la manga. El calor del brasero la abrigaba pero no alcanzaba a entibiarle la desazón que tenía en los huesos. Los pasos resonaron a su espalda haciendo que los músculos se le agarrotaran con cada sonido.



-Ya, Rosa. Me voy -dijo él, parado en la puerta de la casa. El umbral siempre le quedó un poco bajo y debía agacharse para entrar. Igual que para besarla pero eso ya no lo haría nunca más, ni entrar por esa puerta, cruz pa'l cielo.- No me quiero ir.

Lo miró directo a los ojos. Secos, sus ojos debían mantenerse secos. Escondió las manos en el delantal para que no viera cómo tiritaba rogando a Diosito que no le temblara la voz tampoco. La sangre gritaba "Quédate".

-Váyase -dijo y le hizo un gesto hacia la puerta. La saliva se le volvió amarga pero se obligó a tragarla.

-Pero, Rosa... -alargó la mano tratando de tocarla. A ella, eses intento le dio náuseas.

-Na' de Rosa aquí. Usté no tuvo ni un empacho en meterse con esa peuca. Pues se me manda cambiare no más -y le dio la espalda.

Ella no vio cómo la culpa apagó los ojos del Lucho que junto con bajar la cabeza, bajó los ojos. Tampoco vio la rosa que dejó en el umbral. El Cholo ladró cuando su dueño cruzó el patio lleno de pollos madrugadores.


El ruido de la puerta al cerrarse la empujó al suelo, quebrada por dentro, con un dolor en los huesos que se negaban a sostenerla. Respiró hondo; no lloraría, por Dios que no lloraría. Tragaba aire en el intento de librarse del sollozo que rugía en su alma. Aferrada a la mesa, se levantó.

La masa estaba fría, debía echarle agua de nuevo. Tomó la tetera directo del brasero y no sintió el calor de la manilla. Tampoco escuchó los pasos pequeños, cortitos, de su hijo, hasta que llegó a su lado y tiró del delantal.

-Mamita, no llore. Yo la voy a cuidar.



Y en esos ojos iguales a los del Lucho vio tantas promesas, tanto amor y lealtad que supo que saldría adelante aunque tuviera que partirse el lomo amasando.

-No estoy na' llorando, mijito. Es la humareda que me molesta no máh -La sonrisa de su hijo le devolvió algo de paz y se sintió más liviana. -Ahora lávese las manos pa' tomar desayunito que el pan ya va a estar.

Sí, la masa estaba fría. Pero lo peor ya había pasado. En una tierra de huachos quedarse sola era el pan de cada día. El canto del gallo la conectó con la vida.

La Rosa siguió amasando, el Cholo ladró otra vez y la masa se entibió con lágrimas que ella, en un acto de valentía, prefirió ignorar.




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