Sentada
en la biblioteca leía un cuento de García Márquez; siempre ocurrían cosas
inesperadas. Su zapato tenía una mancha de barro que la desconcentraba pero lo
limpió con una toalla de papel y respiró tranquila.
Miró
el teléfono. Nada. Estaba atrasado. Volvió a la página 15 y Eréndira tuerce las
sábanas sacando chorros de agua.
Un
hombre ordenaba libros cerca de ella mirándola de reojo, como midiendo las
distancias. Lo ignoró. Bastaba verlo para darse cuenta que era casado, infeliz
y seguramente incapaz de aguantar la eyaculación en el momento oportuno. No
valía la pena el esfuerzo.
Frente
a ella, una mujer simulaba leer mientras dormitaba. Era de esas rupturistas que
aparentan disconformidad con el sistema usando atuendos extraños. Su pelo quiso
ser morado pero a contraluz parecía pelo
de muñeca de fantasía por el tono lila que reflejaba. Las medias rotas y
zapatillas con brillos. Fanática de Mon Lafert, usaba la misma flor en el pelo.
En su listado mental pasó a primer lugar. No se duerme en una biblioteca.
Página
25 y Eréndira descubre que las naranjas tienen joyas en su interior entretanto
el teléfono vibraba. Entonces se levantó girando de improviso; la pequeña daga
que tenía en su mano voló para terminar enterrada en el cuello de la muñeca
lila. El hombre intentó detenerla pero ella torció su cabeza hasta un sonoro
crujido que lo derritió. En la calle, vio su objetivo y disparó el arma.
En
medio de la locura que produjo el choque del vehículo, nadie se dio cuenta que
se sacó la peluca, dio vuelta la chaqueta y calzó zapatillas limpias. Con calma
se sentó a esperar que sonara nuevamente su teléfono mientras terminaba de leer
la loca aventura de Eréndira. Cierta humedad delatora en la entrepierna logró una sonrisa; podía ser extraño, pero le excitaba que sucedieran
cosas inesperadas mientras leía.
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