Mercedes Fontecilla, la mujer del General


“Mi esposa es mi más fiel y sigiloso confidente en todos mis pasos. Valen más nuestras mujeres que nuestros hombres para la revolución”


Carta de José Miguel Carrera al General Carlos Alvear.


Mercedes Fontecilla

María Mercedes Josefa Fontecilla Fernández de Valdivieso, nace en Santiago el 18 de Junio de 1799. Hija del Coronel de Milicias don Diego Fontecilla Palacios y doña Rosa de Valdivieso Portusagasti; ésta última muy amiga de Javiera Carrera, llegó incluso a acompañarla en el parto de uno de sus hijos.

Para el Gran Baile de 1812, Mercedes apenas tenía 13 años, pero asistió acompañada de su madre y pudo conocer a quien sería su marido, el entonces Presidente de la Junta de Gobierno, don José Miguel Carrera.

Joven de gran belleza, tenía la piel blanca y cuidada propia de su clase. Cabellos y ojos negros que destacaban por su inocencia. Era grácil y delicada, de labios llenos y al sonreír, se formaban hoyuelos en sus mejillas que le daban un aire de coquetería.

Baile de 1812


Dos años más tarde, el 29 de Agosto de 1814, se casan en la Catedral de Santiago, en medio de la agitada vida política de José Miguel, previo al desembarco de Osorio en Talcahuano y del Desastre de Rancagua.

José Miguel había llegado recién en Julio a Santiago luego de su fuga cuando fue tomado prisionero en Chillán y, dando un nuevo (tercer) golpe de estado, se yergue como Presidente de la Junta de Gobierno. O'Higgins no reconoce su autoridad y entran en conflicto armado en Tres Acequias. Luego se avienen a causa del avance de Osorio y sobreviene el Desastre el 1 y 2 de Octubre de 1814.

La reciente novia, con apenas 15 años, saca valor y decide acompañar a su esposo al otro lado de la cordillera. Comenzaría su vida matrimonial llena de dignidad y lujos para terminar sola en medio de desierto, viuda y sin recursos. Pero es en esta soledad cuando forja su carácter y podemos ver en plenitud su valía. De ser una niña mimada, criada para ir a misa y obedecer, ella rompe con los moldes al decidir partir con su esposo, pese a la falta de recursos, a la pobre opinión que existía de la mujer en aquella época y al ambiente contrario a su marido que la obliga a vivir escondida siempre. José Miguel sufre al dejarla en esas condiciones pero no queda otro remedio para su destino.


"...No sé qué decirte. Soy inútil y más que desgraciado. Dejo a mi Mercedes con dos chiquititas abandonadas..." escribía José Miguel a su hermana Javiera antes de partir a Montevideo.


De ella se esperaba que supiera cantar bien, manejara a los criados para atender su casa, pariera hijos y les enseñara los rezos. Y estaba preparada para eso y mucho más, porque no se quejó de su destino ni echó pie atrás en su desición, incluso, durante los momentos de flaqueza del soldado, era ella quien lo sostenía y reconfortaba.

Huida a Mendoza


A los 17 años debió sobrevivir y mantenerse a ella y a sus hijas con bordados o haciendo pasteles, incluso ahorraba para mandarle dinero a José Miguel mientras él se movía por todas partes huyendo de sus enemigos. Fue con el dinero de las joyas de ella, que se financió el viaje a Estados Unidos.


"se encontró desesperada y en tal grado de miseria, que se vio obligada a

realizar humildes menesteres, en los que jamás soñaba cuando llevaba una vida regalada en su casa solariega de Santiago. Dividía su tiempo entre el cuidado de

sus dos hijitas, labores de aguja, trabajando con mas tesón que una costurera de oficio. Pero esto no bastaba, ciertamente, para asegurar su subsistencia."


¿Qué movía a esta joven mujer? ¿El amor? ¿La crianza?. No creo. Eternamente enamorada de su marido, sacrificó el bienestar de sus hijos para seguirlo cuando no estaba obligada a ello y nadie le habría reprochado nada si hacía lo contrario. Muchas mujeres que, en un principio habían emigrado, con el tiempo, viajaron a Chile nuevamente a estar protejidas por sus propias familias. Su propia cuñada Ana María Cotapos lo hizo, puesto que nada se esperaba de ellas.

Pero Mercedes se mantuvo con una fidelidad a toda prueba. Esa era su convicción, el creer profundamente en las capacidades de su José Miguel. Y esa conexión, esa fe, lo que la mantenía unida al soldado cuando todo se volvía oscuro.



"Gozoso me has hecho, con tantas cosas que mandas, quizás a costa de muchas incomodidades. Yo las disfruto, pero casi con disgusto, porque sé lo que acostumbras hacer en semejantes empeños. Ya te veo casi quemada con el calor del horno, peleando y haciendo otras zonzoneras que yo no querría. Consérvate fresca y descanzada, mi adorada Mercedes, para complacerme mas en un momento que en mil de los que te atareas..."



Ella que lo conocía a fondo, incluso más que él mismo; sabía que si él no concretaba su destino, no habría paz en su alma y por eso lo confortaba en el cansancio pero lo alentaba a seguir. Como dice cierta canción "... siempre a la sombra y llenando un espacio vital"


José Miguel Carrera


No es lo mismo esperar porque la educación así lo impone y el miedo agarrota sin posibilidad de movimiento. Ella esperaba convencida de que era la única forma posible en que su hombre podía vivir, ese destino funesto que algunas almas cargan y que debe ser cumplido o morir en el intento.


"Te aseguro, mi Mercedes, que no sé qué hacerme; jamás estuve tan perplejo ni tan sobresaltado. Por el momento soi infeliz de veras. No sé adonde ni a quien volver mis ojos. Yo veo tu triste situación, i no puedo mejorarla; todo me abandona... apelaremos a una paciencia más que agotada..."


Entonces se armó sola, aguerrida, valiente. Pariendo hijos por las pocas veces que lograban verse y alimentando su amor con horas robadas y cartas escondidas. Pocas mujeres pueden mantenerse fieles en esas condiciones. Y si la oportunidad estaba, ella iba donde él, sin miedo, arriesgando la vida incluso, para sostenerlo, para darle y darse un poco de paz.

Incluso ofició de correos, sirviendo de contacto con personajes clave para la consecución de los planes de su marido. Transmitía palabras, órdenes y pensamientos para reorganizar la tropa o para mantener la moral alta. Escondía fugitivos, tal como lo era su propio esposo y cuidaba de ellos pidiendo que le llevaran noticias de su casa. 

Él la necesita para mantener sus propias aspiraciones, para sentirse fuerte y continuar. Es la fe de ella que lo alimenta.


“Mi adorada Mercedes, se acabó mi paciencia. No pude sufrir más tu ausencia. Ayer, dejé Montevideo y ayer al amanecer ya veíamos estas torres (Buenos Aires). Bajo la protección del pabellón portugués no temo la persecución de los bárbaros... Ven a dar un día de gloria a tu amante y fiel José Miguel”. 


Cuatro hijas nacieron en esas condiciones, de ese amor sobresaltado por la guerra. Y las manos se le ampollaron haciendo pan, cuando debería estar tocando el piano. Pero no se quejó ni una vez. Se mantuvo firme, con resolución y valentía hasta el momento de recibir la noticia del encarcelamiento de José Miguel.

Fusilamiento de Carrera


No alcanzó a verlo. Sólo una última carta, un último pensamiento y el vacío. Un hijo, al fin un varón, pronto a nacer y la viudez a los 22 años.


"Mi adorada pero muy desdichada Mercedes:

Un accidente inesperado y un conjunto de desgraciadas circunstancias me han traído a esta situación triste: ten resignación para escuchar que moriré hoy a las once, sí, mi querida, moririé con el solo pesar de dejarte abandonada con nuestros cinco tiernos hijos, en un país extraño, sin amigos, sin relaciones, sin recursos..."


Por resguardo, José Miguel le pidió a uno de sus amigos, el oficial José María Benavente, que se encargue de ella y sus hijos; pero es su hermano Diego José Benavente, quien se casa con ella y forman una familia. Tienen 4 hijos; más los 5 del matrimonio anterior con José Miguel. Diego Benavente se asocia con otros emigrados en Argentina e instalan una imprenta con la que obtienen los recursos necesarios para vivir. Recién en 1823, durante el gobierno de Freire que la familia vuelve a Chile.


Diego José Benavente


Su numerosa familia tiene un buen pasar cuando su esposo es nombrado Ministro de Hacienda y luego elegido senador durante 9 veces consecutivas, la agitada vida política del país no la deja descansar. Su hijo José Miguel participa de la Sociedad de la Igualdad, organización política liberal en oposición al gobierno conservador del que su propio marido es senador. Previo a la Revolución de 1851, el Senado había declarado estado de sitio a causa de los levantamientos producidos por la Sociedad, afectando a sus seres queridos; uno perseguido y el otro persecutor. "De buena gana les cortaría las manos a todos los que firmaron la declaración de sitio" dijo ella, según lo comenta Vicuña Mackenna,"siendo de notar que uno de ellos era su propio esposo, padrastro de don José Miguel Carrera, don Diego Benavente." Ella está cansada de la guerra.

Muere a los 53 años de edad, el 5 de mayo de 1853, en Santiago. Sus restos descansan en la Basílica de la Merced, donde se erige una placa recordatoria de quien fuera, la Primera Dama de la naciente República de Chile.




Fuentes:
- El Ostracismo de los Carrera. Benjamín Vicuña Mackenna
- Las mujeres de la Independencia. Vicente Grez
- Involucración y desempeño femenino en la Independencia de Chile. Daniela Dupré Huidobro
- Reviste Chilena de Historia y Geografía. N°11
- Primeras Damas de Chile. Gilberto Loch

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