Reconquista de Chile: La Guerra de Zapa. Los movimientos de Manuel Rodríguez. Parte III







Enero 1817

El ejército realista estaba compuesto de más de 4.000 hombres de tropas regulares, dividido en cinco batallones de infantería, tres cuerpos de caballería y uno de artillería, pero contaba también con más de dos mil milicianos armados. Todas esas fuerzas eran incapaces de mantener el orden dentro del territorio donde siempre existía el peligro de rebelión además de contar con la amenaza constante de una invasión ya fuera por mar o cruzando la cordillera. Marcó, tenía claro que no debía esperar refuerzos desde España ni tan siquiera de Lima por lo que debía combatir solo sin saber a ciencia cierta el punto de ataque. Pese a su idea de mantener al ejército concentrado en la capital para poder responder a un ataque directo, se vio forzado a dividir sus fuerzas en los extremos del reino tal como lo señala:

“Me veo obligado a mantener desamparadas las extremidades del territorio, por cubrir el centro de esta capital y sus proximidades, como punto que encierra toda la riqueza i toda la fuerza moral del reino i único que ocupa las verdaderas miras del enemigo, siendo conocido su ardid de hacer esas llamadas falsas con pequeños destacamentos de emigrados revolucionarios i tropas inferiores para distraer las mías e invadir aquí con seguridad”

La noche del 2 de enero pasó Rodríguez el vado de Naltahua junto con su asistente, con Ramón Paso y un tal Galleguillos que eran campesinos de la zona del Maipo y José Guzmán pequeño propietario de Lo Chancón. La armas que portaban eran: Rodríguez dos pares de pistolas, un sable y una daga; su asistente, sable y tercerola; Paso un par de pistolas; Guzmán y Galleguillos solo sus sables. Se ocultaron en los caseríos de Lo Chancón.

En la madrugada el 4 de enero Rodríguez se instaló cerca de las casas de la hacienda del Paico y sus compañeros en el camino que conduce a Melipilla. Allí apostados detenían a los transeúntes y los obligaban a dar marcha atrás para evitar que dieran la alarma en Santiago y los invitaban a participar con ellos en nombre de la patria. Antes de marchar ya eran cerca de 80 personas, armadas de chuzos, picanas y cuchillos. En el camino encontraron a un español que viajaba en carreta a la capital y Rodríguez dio la instrucción de asalto y su equipaje al saqueo.

Asalto a Melipilla

A las nueve de la mañana entraron en Melipilla gritando ¡Viva la Patria! Y disparando al aire. Rodríguez apresó al subdelegado del partido Julián Yécora y lo obligó a entregar los caudales recolectados para entregarlos, en primera instancia a quienes lo acompañaron y luego lo lanzó al aire gritando: 

“¡Muchachos! Hoy es día en que se puede gritar ¡Viva la patria i mueran los sarracenos!”

Abrió las puertas del estanco real y autorizó el saqueo. Sacó las lanzas de la villa y mandó que cada uno de sus acompañantes tomara una y el resto fueran quemadas, sus puntas lanzadas al río.

Los montoneros se pasaron el día en fiesta sin mayores contratiempos ni violencias. Allí se encontraron con don José Santiago Aldunate y doña Mercedes Rojas i Salas, hija de don Antonio Rojas quienes habían sido desterrados de Santiago. A petición del pueblo, Rodríguez libera al subdelegado Yécora pero toma prisioneros al oficial Talavera teniente Manuel Tejeros y su asistente. Pasado el día, Rodríguez decide partir para seguir con sus misiones, esta vez, planificar el asalto en San Fernando. Se lleva consigo a los prisioneros.

La noticia del asalto a Melipilla llegó a Santiago el 4 de enero y se designa una partida de 25 hombres para salir en su persecución. Estos llegaron en la madrugada del día siguiente pero no hallaron rastros de los guerrilleros. Salieron apresuradamente a dar una batida por los alrededores y tomaron prisioneros a diez de los montoneros que ya se habían dispersado. Entre ellos a José Guzmán compañero de Rodríguez. Se les mandó aplicar cincuenta azotes a cada uno para que confesaran su participación pero ninguno lo hizo.

Rodríguez y su grupo sabiéndose perseguidos huían como podían. Se refugiaban en las haciendas que encontraban y ayudados por campesinos usaban caminos internos y les entregaban comida y caballos de repuesto, pero aún así, la huida era dificultosa. Se internaron en cerros desconocidos, con hambre, cansancio y sed, animales fatigados por el esfuerzo. Los prisioneros iban a pie lo que hacía más difícil la situación. En un momento de descuido el asistente de Tejeros logra darse a la fuga poniendo aun en más riesgo la huida porque daría aviso a los perseguidores. Estaba cerca de la hacienda Chocalán y su dueña era partidaria del rey por lo que puso a disposición del gobernador todos los recursos necesarios para la pesquisa. Rodríguez se vio obligado a huir en desbandada y sin dejar testigos. En una quebrada fue encontrado el cuerpo del oficial Tejeros, fue muerto de un tiro de pistola. De esta forma, logran huir rápidamente y encontrar refugio en la hacienda Quimávida, propiedad de don Pedro de las Cuevas.

Diario Oficial de Chile durante la Reconquista Española

Mientras tanto en Santiago, se redoblan las medidas de seguridad y las condiciones son ahora de temer:

“Se recapitula las ordenanzas anteriores sobre el uso de armas, viajes sin pasaporte, tráfico a caballo durante la noche pero se agravan las penas. Los comandantes militares podrán imponer pena de muerte contra los que hicieren fuego o resistencia con arma blanca a los que los persiguen, como a los que hallaren en número superior de tres corriendo el campo con armas, en reuniones sospechosas, en aclamaciones por la patria, con cartas o correspondencias del enemigo o de cualquiera otro modo que altere la tranquilidad pública.

La misma pena impondrán a cuantos resultaren haber sido sabedores de la residencia de ladrones, salteadores i comitivas o del lugar del tránsito de aquellos i no dieron parte; a los que los auxiliaren con cabalgaduras, víveres o de otro modo; i si se justificase que algunos vecinos o hacendados, a sabiendas de su existencia en sus posesiones, no dieren pronto aviso, a mas de sufrir la misma pena de muerte i de quemarles los ranchos, casas i posesiones a los primeros, serán embargados a los segundos sus bienes para la real hacienda.

Ningún hacendado, sea de la calidad i condición que fuese, podrá permanecer en el campo, sino que deberá recojerse precisamente a esta capital o a las villas cabeceras de su pertenencia.”

La intensión de Marcó era despoblar el campo y controlar al máximo a la población. Ni los patriotas desterrados a sus casas de campo por decreto de gobierno se salvaron de esta disposición. Además se prohibía viajar en carretas cubiertas, hacer correr carros cargados en las poblaciones después de oscurecerse y los subdelegados también tenían castigo de muerte en caso de no prestar ayuda a los comandantes militares.

Rodríguez, cuyo paso siguiente era planificar el asalto a San Fernando, en su huida desde Melipilla encontró refugio en Doñihue, en el fundo Quimávida propiedad de don Pedro de las Cuevas, más conocido como el Manco Cuevas ya que había perdido varios dedos de la mano derecha mientras laceaba a unos caballos y también estaba emparentado con don Bernardo de las Cuevas, héroe muerto en Rancagua cuando fue confundido con Bernardo O’Higgins y fusilado en su lugar por Osorio.

Don Pedro de las Cuevas era dueño de una estancia inmensa y criador famoso de caballos, dio refugio, víveres y dinero a Manuel Rodriguez. Lo ocultó en su casa pese a la prohibición del gobierno y apoyó con caballos. Fueron sus animales, más de cien, los que montaron los guerrilleros durante la toma a San Fernando.

Don Pedro de las Cuevas

Con su ayuda pudo Rodríguez llegar, sin ser visto, a la hacienda de Popeta ubicada en la actual zona de Rengo, que pertenecía a don José Pedro Maturana. En este lugar se reunió con Juan Pablo Ramírez para planificar sus siguientes movimientos.

“Manuel Rodríguez se escondía en Popeta. La tradición recuerda con veneración el montículo denominado el Centinela, en donde el ilustro guerrillero tenía su observatorio y guarda, para divisar a lo lejos la llegada del enemigo, que había puesto precio a su cabeza”.

Oscar Muñoz Soto refrenda esta cita señalando que el lugar denominado El Centinela, al interior de la hacienda Popeta, existía una choza pobrísima en la cual se escondía Manuel Rodríguez. Este hecho habría sido denunciado en la época por el subdelegado de Gobierno lo que implicó la detención de Maturana, propietario de dicha hacienda.

Este autor también afirma que Rodríguez se refugiaba en los bosques de Naicura y hacia el sector de Los Maquis, realizando el trayecto por una huella que existía en los cerros de la Rinconada, hasta llegar a La Moralina.

Ricardo Latcham dice: “que Juan Pablo Ramírez le escribe a José de San Martín, el 20 de enero de 1817, lo siguiente: 

“Guzmán, mozo de Rodríguez, fue preso en Popeta con toda la correspondencia y sin embargo, de no haber confesado cosa alguna, han prendido a muchos”

Esto también confirmaría las actividades de Rodríguez en la localidad. El mismo Latcham refiere que Manuel Valenzuela Velasco, vecino de San Fernando, avisa a Rodríguez que el capitán Magallar se dirigía hacia Popeta para capturarlo.

Ya la noche del día 4 de enero de 1817, hora en que llegaron las primeras noticias de la toma de Melipilla, había salido de Santiago, tras la huella de Rodríguez, el militar español don Antonio Carrero, con un fuerte piquete militar. Pero fue en vano su esfuerzo en descubrir al guerrillero.

Rodríguez impartió desde su retiro las órdenes de asaltar San Fernando a don Feliciano Silva y a don Francisco Salas, que también recibieron caballos para la gente del asalto, mandados por don Pedro de las Cuevas.

Gran parte de los gastos de todo este movimiento de gente y animales, de espías y contra espías, como también la alimentación de toda esta numerosa guerrrilla (que silenciosamente se escondía en las serranías del lugar próximo a San Fernando, Roma, que tenía este nombre por haber sido estancia de la familia Román), eran subvencionadas por don Pedro José Maturana y Guzmán. Era este dueño de la estancia de Popeta, y había constituido en mayorazgo de la familia las haciendas de Talcarehue, La Teja, Roma, y la gran estancia cordillerana llamada del Portillo, por donde existían caminos secretos y de corto tiempo para ir a Mendoza, que cruzaban los emisarios de Rodríguez y San Martín.

Él mismo nos ha dejado la siguiente nota sobre esos días:

“Declaro que con motivo de mi adhesión a la causa de la libertad del país en la Revolución gasté más de $40.000, que tenía en efectivo, en emisarios, correos y otros gastos de necesidad  y correspondencia con el general San Martín y otros sujetos del mismo rango.”

Este documento fue conocido por el historiador don Benjamín Vicuña Mackenna, quien al reproducirlo dice que en Maturana “ardió la llama de aquel puro patriotismo que  nos dio, sin empréstito y sin bonos la libertad y la independencia que hoy gozamos. Gastar cuarenta mil pesos en efectivo en aquellos tiempos, en que mil pesos eran cien mil inconvertibles, y declararlo por testamento para alivio de su alma, se tomara hoy día por una simple invención de rebuscadores de archivos.”

Maturana había sido coronel de las milicias de Colchagua, en la Colonia y en la Patria Vieja, coronel del Regimiento de Húsares “Defensores de la Patria”, en 1814, además de desempeñar diversos cargos en el Cabildo de San Fernando, Regidor, Alcalde, Juez de Tierras, etc. Después, al tomarse Rodríguez San Fernando, el 11 de febrero de 1817, fue designado Gobernador, puesto que desempeñó en diversos períodos, hasta casi poco antes de su muerte ocurrida en las casas de su hacienda de Popeta en el año de 1836. Dos de sus hijos pelearon en Maipú, don Pedro José y don José Manuel Maturana Guzmán. Su sobrino don Ramón Maturana Feliú, como ya lo hemos mencionado, se encontraba afiliado a la montonera que mandaba don Juan Pablo Ramírez junto con el fraile Venegas y Miguel Neira. Otro de sus sobrinos, don Marcos Maturana del Campo, fue uno de los primeros soldados distinguidos del famoso Regimiento Húsares de la Muerte, que fundara en Santiago en 1818 don Manuel Rodríguez, al grito de ¡Aún tenemos Patria, ciudadanos!. A la disolución de este regimiento pasó don Marcos a la Escuela Militar y fue más tarde General de División, Ministro de Guerra y Senador de la República.

La toma de San Fernando la había ordenado Rodríguez, según ya lo hemos dicho, por confesión de don Feliciano Silva, para tres días después de la toma de Melipilla. Esta se había verificado el día 4, luego el ataque a San Fernando debía haberse efectuado el día 7. Pero circunstancias especiales la dilataron. Los caballos para el asalto, que en gran parte facilitó don Pedro de las Cuevas, se debían enviar ocultamente, por senderos desconocidos y de noche, hasta llegar al lugar de Roma. Sólo el día 10 de enero Silva y Salas tenían lista la valerosa guerrilla para el asalto, que mandó don Ramón Maturana y Feliú.

Al anochecer, hace Maturana avanzar a sus hombres, todos montados en buenos y fogosos caballos como eran los de Cuevas. La distancia entre el lugarejo de Roma y San Fernando es de corto cabalgar, de media hora. Antes de entrar al pueblo, que por medio de los espías patriotas se sabía que estaban en esos días muy cerca de la guarnición, la mayor parte de la tropa había sido enviada a Rancagua. Los jefes españoles ya poseían en parte el plan de San Martín y solo pensaban en proteger Santiago, concentrando las tropas en sus más próximos lugares, para presentar batalla en un punto determinado. Salas hace llenar varios cueros con grandes piedras de la ribera del estero de Ontiveros, que está a la entrada de la ciudad por el naciente, y con el estrepitoso ruido que ellas producen al ser arrastrados y los gritos de: “¡Avance la artillería!, producen en os pocos españoles de la guarnición la creencia de que era el Ejército de los Andes el que entraba en la villa.

Eran las tres de la mañana del día 11 de enero de 1817; los españoles espantados por el sorpresivo ataque emprendieron la más rápida fuga. El subdelegado José Parga Bahamonde y el jefe de milicias don Antonio Lavín emprenden el mismo viaje. Esa noche Salas, que hacía de jefe principal de la avanzada patriota, sin más armas que un chuzo y un garrote, golpea fuertemente las puertas del estanco, lo saquea, como igualmente la casa del subdelegado Parga y hace destruir lo que no se puede transportar. El asalto ha durado escasas cuatro horas. Al amanecer, los guerrilleros emprenden la retirada hacia la cordillera camino de Talcarehue, cajón del Tinguiririca. 

Maturana se llevó los valores del estanco y las armas.

Un soldado español logró llegar las 9 de la mañana del día 11 de enero a Rancagua, a comunicar la nueva al jefe español Barañao. Este jefe precipitadamente partió para San Fernando, acompañado del Batallón de Húsares. Encontró al pueblo de San Fernando completamente tranquilo, más tranquilo que  nunca. En la cárcel no había ningún reo, fuese por revolucionario o por delito criminal. Los patriotas habían abierto las puertas del establecimiento. También un gran número de casas de patriotas estaban silenciosas, pues en la confusión de la noche y tras la guerrilla, habían partido sus habitantes camino de los Andes.

“El año de 1817, oprimidos por la tiranía de la dominación española, tomaron a su cargo, los expresados mis hjos, conseguir la libertad de varios patriotas decididos, que lso realistas iban a embarcar. Sin temer ser víctimas del enemigo, conquistaron 116 hombres y con ellos lograron libertarlos, cuyo hecho es notorio. De allí emigraron unos y otros a Mendoza hasta reunirse con el valiente general Freire.”

Los realistas se asustaron por este audaz golpe a San Fernando y resolvieron apresar a un gran número de personas, para descubrir los hilos de tan gran movimiento. Así fueron detenidos don Pedro José Maturana y Guzmán y don José María Vivar y remitidos a Santiago bajo estricta custodia.

Manuel Rodríguez se sintió feliz al saber el favorable resultado del asalto a San Fernando, tanto por la impresión que hizo en las fuerzas realistas, como por la necesidad de dar libertad a tan numerosos presos, que mantenían en estricta custodia las autoridades realistas.

En Santiago, el pueblo ya estaba convencido del éxito de la empresa revolucionaria y actuaba cada vez con más arrojo, incluso temerario. El número publicado el día 17 de enero de 1817 salía a la luz para colmo de la rabia de los opresores, con las palabras cambiadas: “Madre inmortal” por España, en “madre inmoral”, y señalaba a Rodríguez como inmortal en lugar de “inmoral”. Los pocos ejemplares que sorpresivamente salieron a la calle fueron recogidos y corregidos a pluma. El artesano que compuso estas líneas, fue condenado a trabajos forzados por seis meses en el Castillo de Santa Lucía. Su pena, como lo dicen los hechos históricos, solo duró unos cuantos días.

Rodríguez se había escurrido misteriosamente a los realistas,  esta situación los tenía profundamente inquietos. Se habían dado cuenta de todo lo que era capaz, y esos momentos en que ya se temía, de un día a otro, la llegada de los patriotas de Mendoza, los ponía en crítica situación. Por fin, supieron que se encontraba en Popeta, en la hacienda de don Pedro José Maturana y Guzmán. Pero esta información alcanzó a recogerla su amigo, el joven don Manuel Valenzuela Velasco, quien partió de San Fernando a matacaballo y pudo llegar antes que los realistas. Avisó a Rodríguez, quien emprendió camino a los montes protegido por el silencio de todo el vecindario e inquilinaje de la hacienda. A don Pedro José Maturana los realistas cargo de dar amparo a Rodríguez y lo condujeron preso a Santiago.

Febrero 1817

La noticia de la partida de las tropas realistas de San Fernando, quienes venían en apresurada marcha hacia Santiago cundió como un reguero de pólvora. De las montañas de Popeta corrió Rodríguez hacia las inmediaciones de San Fernando. El primero los suyos en moverse, en franca apariencia de guerra, fue el valiente oficial del antiguo ejército patriota que peleó en Rancagua, don José Luis Ovalle. Se había quedado en Chile oculto después de esta batalla y pasó a Mendoza el 9 de diciembre de 1815, permaneciendo en esta ciudad cerca de un año. No lo encontramos en todo el trajín de espías en esta época, sino que su nombre aparece en Colchagua en la guerrilla de Rodríguez. Es designado para levantar los ánimos y formar una nueva guerrilla en Guarcarhue, donde, como ya lo hemos dicho, su cura don José Joaquín Cañas era ardiente patriota. Ovalle y don José Elías Vergara, proclamaron en el día 9 de febrero en la plazoleta de Guarcarhue, enarbolando la bandera tricolor de la patria, la llegada de la libertad. Cañas, mandó repicar las campanas. Por la noche, el día 9, se iluminó la plaza y “se pidió música a los vecinos”.

Ovalle formó su guerrilla con la bandera tricolor, y al amanecer del día 10 caminaba hacia Nancagua a juntarse con Rodríguez. Rodríguez había llegado el mismo día 10 de febrero a Nancagua, apresuradamente llamado por el vecindario, quien lo había mandado buscar por intermedio del guerrillero don Francisco Manso. Lo que había pasado en Nancagua había sido que el diputado de esa localidad don Juan Arellano, quiso reducir a prisión a los realistas Baltazar y Pedro Rodales por haber ido estos a San Fernando a delatarlo, como patriota y confidente de Rodríguez. Pero todo había sido ya tarde, San Fernando no tenía ya tropas realistas y tuvieron que volverse solos a Nancagua los Rodales. Arellano, secundado por Manso, quiso reducirlos a prisión, pero se interpuso don Gregorio Argomedo y don Manuel Ramírez. Ante esta situación, partió apresuradamente Manso en busca de Rodríguez para que su presencia y autoridad dejara las cosas en su claro derecho.

Rodríguez llegó a Nancagua en medio de los gritos de su potente voz “Viva la libertad y la patria!”. Mandó repicar las campanas, era día domingo y dando órdenes, fue desbaratado el estanquillo y repartido entre el pueblo sus valores.
El mismo día 10 de febrero dictó Rodríguez un decreto nombrando a don Juan Arellano por juez y diputado de Nancagua. Firmó este decreto como secretario don Gregorio Argomedo.

Cruce de Los Andes
La primera preocupación de Rodríguez y los suyos al llegar a Nancagua, fue apoderarse del estanquillo que allí había, de sus fondos y mazos de tabaco, papel sellado, etc. Uno de los testigos oculares nos dice: “el día domingo 10 de febrero de 1817 entró don Manuel Rodríguez, comandante de una partida de gente, que victoriosamente llegaron a aquel punto. Llegó a casa de don Juan Arellano, Rodríguez le preguntó: qué existencias eran las que tenía. “tengo tabacos, naipes, polvillo y dinero y un poco de papel sellado”, respondió Arellano. Mandó Rodríguez se le entregara todos los mazos de tabacos enteros que llegaron a la casa de Gregorio Argomedo, repartiendo y tirando todos los pedazos a la gente que lo acompaña, ejecutando lo mismo con el dinero y con las barajas”.

En la noche del día 10, poco antes de las nueve, manó Rodríguez a Francisco Manso, con una guerrilla de 12 o 14 hombres a Puquillay a retirar los valores que existieran en el estanquillo de ese lugar. Manso, al llegar con la mayor rapidez, prendió al estanquillero don José Cáceres y lo amarró con su propio lazo; le tomó todo el tabaco y dinero que tenía, después de derribar la puerta del cuarto que servía de estanquillo. Como precio de su libertad, Manso le exigió la entrega de un buen caballo. Se retiraron y volvieron a Nancagua.

Con esos mazos de tabacos emprendió Manuel Rodríguez, la misma noche del día 10, marcha hacia San Fernando, llegó a esta ciudad con el mayor estrépito que sus guerrilleros pudieron hacer, a la hora de la aurora, sus hombres, como lo habían hecho en Nancagua se precipitaron al estanco, situado en la plaza de la villa. Sus puertas fueron forzadas a golpes y sacados sus mazos de tabacos. Estos mazos de tabacos como los otros de Nancagua, fueron repartidos al pueblo en San Fernando.

Estando en esta ciudad, Rodríguez escribió la siguiente nota a don Juan Arellano, el propio 11 de febrero de 1817, cuando ya estaba en posesión de San Fernando, y esperaba defender la villa de un posible ataque realista:

“Mi amigo y señor, espero en esta mañana doscientos caballos. Ud haga milagros por la libertad, y por su amigo y servidor, Rodríguez. Envíeme volando cuantas armas y municiones pueda conseguir. Véngase para acá, sin escusas mis amigos todos”.

Hay solo una rúbrica.

Arellano dice que cumplió esta orden el propio día 11; le mandó 150 caballos a cargo de cincuenta hombres bien montados. “Todo, dice Arellano, se hizo en buen tiempo”.

Con la rapidez propia de su inteligencia, Manuel Rodríguez organizó desde le primer momento de llegado a San Fernando su gobierno. Se tituló Comandante Militar, designó como su ayudante a don José Luis Ovalle. Además formó una Junta o Tribunal Revolucionario. Los nombres de sus componentes nos son desconocidos. Fue su escribiente don Ramón Lezana con sueldo de un real al día y Valentín Pérez, ordenanza. Mayor de Plaza fue designado su secretario don José Luis Ovalle.

Don Manuel Aliaga fue designado escribiente Él nos ha dejado las siguientes líneas de los trabajos de Secretaría de esos días: “Fue una porción de días en que me desvelé escribiendo las órdenes de don Manuel Rodríguez cuando entró en esta Villa”. El trabajo de secretaría parece que fue intenso, don Manuel Aliaga, trajo a su lado a su hermano don José Santiago Aliaga. Este nos ha dejado las siguientes líneas: “Cuando entró a este pueblo el emisario señor don Manuel Rodríguez me buscó a mí y a mi hermano Ramón para que no nos separáramos de su lado, le servimos de escribientes, ayudándole a desempeñar el cargo y cumplimiento de las órdenes, que por momentos se multiplicaban”.

La noticia del triunfo de Chacabuco, desbordó de alegría al vecindario de San Fernando. “Nuestros corazones se deshicieron con profusión”, nos dice don Juan Arellano. “Fue preciso contener los tumultos, con que el pueblo quería quitar del medio a todos los españoles”. Esta noticia había llegado junto con dos soldados españoles fugitivos, que había aprehendido Arellano en Nancagua. Rodríguez se informó de muchos antecedentes, principalmente sobre la suerte de las tropas españolas en Santiago y de Marcó del Pont, su incansable enemigo. Dictó la siguiente nota a uno de sus secretarios, apenas recibidas las noticias de los soldados españoles:

“Por noticias obtenidas, Marcó se dirige por la costa a Concepción. He juntado partidas por todas partes para aprehenderle”. San Fernando, 13 de febrero de 1817. Rodríguez

La noticia que comunicaba Rodríguez a O’Higgins, era verdadera, pues Marcó del Pont, al fracasar su partida por San Antonio, quiso emprender viaje por la costa a Concepción, en cuya ruta cayó prisionero.

Antes de que llegara la noticia a San Fernando de la derrota de los realistas en Chacabuco, ya Rodríguez había tomado por su cuenta serias medidas para atacar a las fuerzas enemigas. Así se desprende del siguiente oficio remitido el mismo día 11 de febrero recién llegado a San Fernando, a don Santiago Palacios, su amigo y residente en la costa:

“San Fernando, 11 de febrero de 1817. Señor don Santiago Palacios.

En el momento de recibir usted esta carta, se podnrá en marcha a todos los puntos de la costa, donde aprehenderá y embargará cuando infame enemigo encuentre a la causa americana, remitiendo todo a esta Villa con buena custodia. Recojerá los caballos que la generosidad chilena nos franquee para auxilio del ejército, también las armas, pólvora y municiones que encuentre. Hago a ud seriamente responsable de la más pequeña omisión, como también a todos los vecinos que le falten o mezquinen los auxilios que necesite para el desempeño de su comisión, que reencargo con la mayor exactitud.- Rodríguez- Buenaventura Grez”.

El gobierno de Manuel Rodríguez en San Fernando tiene una corta duración, es desde el día 11 de febrero de 1817 al 21 de marzo del referido año.

Al principio contó con todo el apoyo del vecindario patriota. Pero sus incansables persecuciones a los realistas, que por uno u otro motivo estaban vinculados a los patriotas, ya por parentesco o por asuntos de intereses, hizo que fuera resistido por diversos sectores, que llevaron sus quejas al propio director supremo don Bernardo O’Higgins. Fue esta la causa inmediata de que se pusiese fin al mandato de Rodríguez en esa ciudad.

Rodríguez, por su parte, no se había quedado inmóvil en sus actuaciones. El día 24 de febrero mandó a Santiago con el oficial Manuel Velásquez al joven español don Salvador Olaguer Feliú, hijo del coronel español de ese mismo nombre y apellido: “No hay hecho contra su persona, antes generalmente me aseguran que opina a favor de la libertad de Chile contra los sentimientos de su padre”. Junto con el joven Feliú, remitió el sumario seguido contra el capitán de Dragones realista don Leandro Castillo. En esta causa iba implicada doña Carmen Calvo y Argomedo, esposa de don Santos Lira, quien había dado refugio al militar español.

Batalla de Chacabuco

Marzo 1817

El Cabildo, designado en enero de 1817 bajo el gobierno realista, no contaba con la simpatía del jefe patriota, por lo que Rodríguez resolvió elegir otro.
El día 3 de marzo de 1817 a son de cajas mandó publicar en la plaza nuevas autoridades. Solo se reunieron 15 individuos, afectos a su persona. Los demás se encerraron en sus casas, sin querer saber nada de lo que hacía ese jefe. Que tanto por sus actos como por lo que hacían sus segundos, principiaba a sembrar el clima de terror, más duro que el de los realistas, pues los guerrilleros de Rodríguez pocas leyes y virtudes respetaban.

No sabemos quiénes fueron los elegidos para este Cabildo. Inmediatamente de efectuado este acto, Rodríguez dirigió al Director Supremo el siguiente oficio, que solo firma él, sin secretario:

“Estamos sembrados de realistas y abusando de la blandura, ya se presentan con atrevimiento.

Es preciso limpiar el Reino, ya que no obra el cuchillo. El ayuno y la disciplina enmendarán a este género de Diablos. Yo quiero saber sus intensiones con esta maldita raza”.

Los cabildantes salidos eran entre otros don Buenaventura Grez y Fuenzalida, suegro del alcalde don Francisco de Silva y Grez, esposo de doña Leonor Grez y Riveros, hermana de doña Mercedes Grez y Riveros, esposa del militar patriota don Antonio Rafael Velasco. Rodríguez tenía mucha distancia de este grupo, desde los primeros días de residir en San Fernando. Al principio Grez firma sus oficios como secretario, después no. Solo Velasco es su amigo. Se expresa así de ellos:

“La casa del Alcalde Silva es una pocilga de españoles, de malvados y de indignos indolentes. Toda su familia y la del suegro don Ventura Grez ha tenido y conserva mala opinión. Sin hallarse en ella, otra cosa de provecho, que una hija, mujer de Velasco.”

Para dar Rodríguez estas opiniones, el día 3 de marzo de 1817, fecha del oficio en que comunica estas novedades a O’Higgins, debió estar muy especialmente informado. Debió haber tratado a doña Mercedes Grez y Riveros, de quien escucharía sus opiniones sobre la libertad de Chile, pues de todos los documentos consultados, es la segunda mujer a que especialmente se refiere en sus lacónicas y cortantes comunicaciones de dos o tres líneas, pero que resalta todo su sentir y pensar.

O’Higgins debió haber recibido esta comunicación de 3 de marzo, el día 4 o 5. Dos días después, el 7 de marzo de 1817, contesta con el siguiente oficio:

“Don Antonio Rafael Velasco es nombrado Comandante de Armas de ese Partido. Luego que se le presente, le pondrá V. en posesión del mando, lo hará reconocer. Ud se pondrá en marcha para esta capital, donde le necesita el Estado, con la exigencia para atenciones más dignas de su mérito, talento y virtudes.

El Gobierno lo espera con ansias para coayudar a los progresos de su suelo patrio, por cuya felicidad ha trabajado ud con tanto entusiasmo y desvelo”.

La voz del vecindario de San Fernando hizo que O’Higgins cambiara por completo de pensar. Por su parte, parece que Rodríguez se resistió a entregar el mando a Velasco, a pesar de ser su amigo y un admirador del patriotismo de su mujer. El vecindario de San Fernando se sintió alarmado. De un solo golpe de autoridad, Rodríguez remitió a Santiago a 29 realistas, procesados por diversas causas. Otro hecho importante fue la creación de la Junta de Auxilios, dedicada exclusivamente para sacar dinero a los realistas o a los que él o sus partidarios creían que lo eran.

Rodríguez era de la idea de "que los godos vomiten cuanto tengan, y que a sus expensas de los males que ellos mismos nos han ocasionado".

Todos estos hechos hicieron que O’Higgins designara, a mediados de marzo, una comisión de tres individuos, compuesta por don Juan Francisco Larraín, don Diego Donoso y don Francisco Egidio de la Cuadra, para que se trasladaran al sur del país, y de ciudad en ciudad fueran constituyendo las legítimas autoridades. Llegada a San Fernando la comisión, acompañada de una delegación militar a cargo del teniente don Miguel Caravilla, mandó por bando se reuniera el vecindario, el cual el día 21 de marzo de 1817, en número de cuarenta y dos personas se situaron en el Cabildo. Se designó una comisión formada por José María Ugarte, don José María Guzmán y don Fernando de Quezada, para que designaran a los nuevos alcaldes. Esta comisión, después de breve discusión, nombró a don Pedro José Maturana Guzmán y a don José Santiago Palacios para los cargos de primero y segundo alcaldes que debían, por turno ejercer el mando civil de la villa.

Rodríguez desconoció estas designaciones. Pero ya su prestigio, al menos en este lugar, había cambiado considerablemente. No encontró apoyo alguno. Los alcaldes ordenaron prisión y entregaron su persona al teniente Caravilla.

Monumento a Manuel Rodríguez en San Fernando

Chile comenzaba su vida republicana, se acababan las correrías y montoneras. Pronto vendría el episodio más famoso y la frase del bronce de Manuel Rodríguez y que lo llevaría a la inmortalidad, pero todo eso sucedecería en Santiago. Rodríguez nunca más volvería a Colchagua.



Fuentes:
- Historia Jeneral de Chile, Tomo X. Diego Barros Arana
- Historia Jeneral de Chile, Tomo XI. Diego Barros Arana
- El ostracismo de los Carrera. Benjamín Vicuña Mackenna
- Manuel Rodríguez. Historia y Leyenda. Ernesto Guajardo
- La Dictadura de O'Higgins. Miguel Luis Amunátegui
- El paso de los Andes, crónica histórica... Gerónimo Espejo
- Historia de San Martín y la emancipación sud americana. Bartolomé Mitre


Imágenes obtenidas de internet.

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